martes, 30 de septiembre de 2008

Volver

Hace unos meses un amigo volvió a su lugar de origen después de vivir muchos años en Buenos Aires. Escribió una carta que me gustó. A continuación unos fragmentos:
"Llegó la hora, llegó el transfer vía fax, y tengo un cagazo padre.
Pensé que este momento no llegaría mas... dejo 15 años intensísimos, de búsquedas, de aprendizaje, de crecimiento y de energía.
Atrás queda malabia, el soho, el futbol, el 22, lo de Norman, Valdes, el downtown, el Europeo, el fucking building, Mancini, y los porteros de cada uno de los edificios donde alguna vez moró algún integrante de la vagancia. Los conozco todos, de nombre de pila y con confianza... he testeado todas las instalaciones sanitarias.
Algunos sé que los pierdo casi para siempre, más que nada los ancianos que perdieron el tren tecnológico, otros seguro se vienen en cuanto puedan. La selva de cemento es enorme y hermosa, pero te deja solo de soledad absoluta.
Quienes nos criamos tirando piedras, en bici y arriba de un árbol, no podemos comprender el cumpleaños de un niño entre cuatro paredes custodiadas por el payaso asesino, con estrictos horarios de entrada y salida y con algún que otro guachín ganándose el mango inventándoles juegos estúpidos... Eso, no.
Elijo el horizonte, pero la movida me arrebató. Quedo en orsai con la galensa, la jugada me agarra volviendo... Quedan mil cosas en el tintero... el tintero para un rompebolas como yo, es infinito, un aljibe de tinta... Es que no sé lo que quiero, pero sé lo que no quiero.
Me queda la conciencia tranquila de que no me guardé nada, golpeé las puertas desde el Congreso hasta el Faena Hotel… Psicólogos, médicos, funcionarios, entrenadores, profesores, profesionales, y cuanto superior me rodeó, supo de mis sueños. Muy pocos quedan en la galería de los grandes. Eso da más fuerza y ambición, y sobre todo amor por los guachines. Quien ayuda a un junior, demuestra fuerza, fe, confianza y seguridad en sí mismo, o sea huevos. Lo que falta en muchos lugares, en muchos aspectos.
No descarto nada, porque María me enseñó a poder fallar. O la rompo, o vuelvo, o tal vez fallo. Besos.
(estoy que lloro, qué puto!)"

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sarmiento no tenía razón: en el desierto hubo y hay formas de vida. Por eso tantos obligados a venir a la gran ciudad extrañan aquel territorio donde la pampa triunfa, donde no llega a verse la línea del horizonte. Y donde los porteños encontraríamos hastío, encuentran la experiencia y el sentido de sus vidas.