domingo, 16 de septiembre de 2007

El loco de mi barrio

No sé su nombre. Me encantaría saberlo. Aunque pensándolo bien, alguna vez se me presentó, al doblar una esquina. “Soy tal, comandante en jefe de los servicios de inteligencia rusa”. Lamento no recordar su nombre. Pero sí recuerdo el de su perra. Gilda. A la madre le encantaba la cantante bailantera y de allí la gracia de esa blanca perrita raza calle que lo sigue a todos lados. Hace poco vi la situación más conmovedora que no veía desde hacía tiempo: la perra en el balcón de la casa llorando desconsolada y con la mirada en busca de la otra esquina de la cuadra donde estaba su progenitor.
El loco de mi barrio siempre está. Es omnipresente, como dios. Cada vez que uno decide salir a la calle no hay modo de no cruzarlo. Es alto, flaco, pecho encorvado, pelo canoso, bigotes. Va y viene, las veredas son su gloria. Conversa con cuanto vecino se le tope en el camino. Y lo he visto, perseguir a alguien para decirle vaya a saber qué cosa.
Vive solo, en una casa que queda justo en una esquina. Una ubicación muy privilegiada por cierto, y tentadora para esas inmobiliarias que no paran de sembrar dúplex, edificios, PH modernos. Miles de veces me imagine la noticia del tipo muerto. Obvio: la mafia de la construcción inmobiliaria. Y me río imaginando un testamento donde el loco le deja todo a su perra. Pero Gilda no duraría demasiado sin él, moriría de tristeza al poco tiempo.
Esa vez que me lo crucé me mostró cómo hace sentar a Gilda ante la orden sit, me confesó que es espía, que las mesas de votación se pueden averiguar en la comisaría, me habló de Malvinas, creo que me dijo que estuvo allí, en medio de la guerra.
Lo cruzo todos los días, pero hace tiempo que no hablo con él. La próxima vez le preguntaré el nombre.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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