lunes, 3 de septiembre de 2007

Manu


I.
Uno –muchacho de clase media bien, con laburo, estudios universitarios, acceso a Internet (banda ancha, obvio), cable, diarios (de jueves a domingo, y los domingos dos: Clarín y Página/12), unas bibliotecas con centenares de libros, unos estantes con cientos de CDs, algunas visitas al cine y mucho cine en casa– da por sentado cosas. Como que el agua moja, o que el sol calienta, o que el fuego quema, o que Emanuel “Manu” Ginóbili es Emanuel “Manu” Ginóbili, ese tipo absolutamente reconocido por casi cualquier persona del mundo occidental, y mucho más si es argentino.

II.
Hoy me encontré esperando el ascensor en mi lugar de trabajo junto a una chica encargada de la limpieza del edificio. Limpiolux rezaba su uniforme blanco con tiras azules y verdes. Ella tendría unos 30 años, pero aparentaba más. (Los pobres y los que luchan siempre aparentan más). De pronto, en medio de la rutina que implica esperar al ascensor, vemos emerger desde las escaleras de la cochera a un hombre altísimo perseguido por una rubia. Era él. Flaco, enorme, con barba de tres días y de muy buen humor.
–¿Vamos en ascensor? –preguntó.
–No, mejor vayamos en escalera, es en el primero –le respondieron.
Con mi compañera de pasillo entramos al habitáculo. Algo había que decir. No se podía ser indiferente ante ese momento. Entonces, rompí el hielo:
–Casi viajamos en ascensor con Manu.
–¿Con quién?
–Con Manu Ginóbili, el jugador de básquet…
–Ah…
–¿Lo conoces? Era ese tipo alto, ¿lo viste?
–Sí.
–Juega en Estados Unidos –informo y me siento un idiota –. Y tiene mucha guita –sigo informando para sentirme más ridículo.
La mujer me mira. Su rostro morocho demuestra culpa por la falta de complicidad.
–¿Lo conoces? –insisto.
–No –me contesta tímidamente.
–Ah –atino a esbozar mientras me pregunto por qué carajo esa mujer tenía que conocer a Manu Ginóbili.

No hay comentarios: