I.
Mucho policía en la calle. Parapetados en alguna dependencia oficial, algún negocio, el banco o el casino. O caminando de acá para allá por veredas que no tienen nada para decir. La fantasía de muchos será una toma de rehenes en “La anónima”. Como pasa en Buenos Aires. Pero no, nada de eso sucede. La gorra policial bien ajustada al cráneo para evitar un inesperado ventarrón. El revólver legal encastrado en el estuche, sin demasiado motivo para salir de allí en los próximos años, salvo que el oficial decida suicidarse, matar a su esposa o que su hijo lo use para amasijar compañeritos en la escuela. Diez cuadras para allá, diez cuadras para acá. De a dos, una mujer y un varón, contándose su vida.
II.
Pertenecer a las fuerzas de seguridad no es una cuestión de vocación de servicio. Es, ni más ni menos, la posibilidad de tener trabajo, la única salida laboral, la seguridad de pertenecer a algún lugar, la obra social, los beneficios, el sueldo mensual. El prestigio es la seguridad. Jóvenes caminan por las veredas luciendo distintos uniformes en sus distintos colores. Cada color es una fuerza: policía federal y provincial, gendarmería, servicio penitenciario.
III.
Noche en la ciudad, una mujer policía camina sola por la plaza del centro. Paso aburrido, manos atrás, cabeza gacha. La sigue un perro. El azul oscuro de su uniforme se pierde entre las sombras de los árboles. El chico que me gusta me espera en aquel banco, me llama, me invita a sentarme, la plaza está vacía para nosotros dos, me toma la cara con sus dos manos, me besa, me estremezco, nos desnudamos y hacemos el amor al lado del cartel prohibido pisar el césped.
Un auto pasa, el perro ladra, la policía lo sigue con la mirada.
martes, 30 de enero de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario