viernes, 27 de noviembre de 2009

Sobre el miedo en Buenos Aires

1.
Me da miedo la calle. Me da miedo el miedo del resto. El pánico. La mirada de la mujer que está cerrando el portón de su casa y me ve pasar y se sobresalta y desconfía y sé que el corazón se le acelera por unos segundos, porque son las 10 de la noche y la calle está un poco oscura y, de repente, aparece un hombre, yo, medio apurado porque tengo un hambre que me muero y no me quiero perder Ciega a citas. Terror a los movimientos pausados de un tipo que me tantea mientras cierra la puerta de su coche mientras pispea cómo meto la mano en mi bolso para sacar la llave de mi casa mientras activa la alarma mientras se queda tranquilo de que soy “uno de ellos”.

2.
Hoy, tipo 9 y media de la noche, fui a visitar a mi hermana. Cuando entre al palier del edificio, el portero me ataja y sin mediación alguna casi me ordena: “Firmá esto”. Me acerco interesado al papel y me encuentro con una carta mal redactada escrita por la dueña del edificio –arquitecta ella– que solicita al gobierno de la Ciudad que expulse de la vereda par de la calle Córdoba al 1700 a los cartoneros porque “son delincuentes, drogadictos y sucios”. Y ellos, los que firman, “son contribuyentes y ciudadanos de bien”. No me preocupa tanto esto, lo que dice la carta con graves problemas de sintaxis, sino la instintiva seguridad que el portero tuvo sobre mí: el tipo descarta que cualquier persona que traspase esa puerta vidriada firmará la misiva represora y reaccionaria.
Yo leí y dije: “Yo no voy a firmar esto”.
El portero me sacó de las manos el papel y concluyó la conversación con un violento: “No me des ninguna explicación”.
Ninguna explicación era posible.

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