
Unas de las cosas que pasaron mientras este blog estuvo stand by fue la triste partida de los –mis– chinos del mercado, donde día a día pasaba para aprovisionarme de mi sustento diario. Sí, mis queridos waikikis me dejaron para siempre. Y sin despedirse. Una tarde pasé a comprar galletitas para tomar mates y me encontré con la persiana baja y ruido del otro lado, ruido de obra. Descarté las vacaciones, pero pensé que estarían haciendo alguna reforma. Pasaron las semanas y, un día, de refilón, desde la otra esquina, ví luz y salí disparado al negocio. Pero para mi sorpresa me encontré con otra familia de chinos. Qué pasó. Adónde están. ¿Serán familiares de China? Nada de eso. Habían vendido. Y se fueron, sin despedirse. En los 5 años que compartimos jamás pude saber el nombre de él. Pero sí me había encariñado con Lili, que la había visto crecer en medio de las góndolas desde el 2003. A los días, los nuevos me contaron que sus antecesores se habían separaron, que él volvió a las tierras de Mao y ellas estaban en Canadá.
La nueva familia repite la historia. Son tres: él, ella y un bebé. Pero con ellos ya hablé más en unos meses que con los waikikis en 5 años. Tanto hablé que ya sé el nombre de los tres: él, Jo; ella, Ni; y el bebé, Alberto, un pequeño que nació hace 8 meses acá, y que según su padre es “bien argentino”.
La nueva familia repite la historia. Son tres: él, ella y un bebé. Pero con ellos ya hablé más en unos meses que con los waikikis en 5 años. Tanto hablé que ya sé el nombre de los tres: él, Jo; ella, Ni; y el bebé, Alberto, un pequeño que nació hace 8 meses acá, y que según su padre es “bien argentino”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario