
Anteayer murió Benedetti. De él leí sus poemas, La tregua, Gracias por el fuego y Cuentos completos. Muy poco en relación a todo lo que escribió.
Me lo acercó una novia que lo amaba, que le encantaban esos poemas que –leídos hoy– suenan cursis. Después una amiga me regaló una edición viejísima de Inventario I. Así lo conocí. Fue el primer escritor con el que me emocioné. Con él y con Rulfo.
El domingo, cuando escuché que había muerto, me dio pena y me reproche haberme olvidado de él, dejarlo de lado de mis lecturas, de haber dicho alguna vez que “Galeano y Benedetti es lectura de adolescentes, que te empalaga el alma”.
¿Cuánto le debo a Benedetti? Tal vez mucho. Tal vez exagero, como se exagera cuando alguien muere. Pero sí, algo le debo. Alguna conquista amorosa después de escribir un poema suyo en una carta. La devoción por la lectura. La escritura. “Para escribir hay que leer mucho”, decía Bioy. Y yo leí mucho a Benedetti. Por eso se convirtió en mi inspiración de joven, en la de un joven que quería cambiar el mundo y enamorar chicas al mismo tiempo. Y eso no es poco.
Escribo esto porque tuve la suerte de conocerlo, de estar sentado frente a él unos 30 minutos un día de abril de 1998. Creo que fue el 22. Su muerte me obliga a escribir esta anécdota que no me canso de contar cada vez que se presenta la oportunidad.
Domingo de noviembre de 1997. Buenos Aires estaba muerto y yo tenía una resaca galopante. Una novia me había dejado hacia muy poco. El timbre del portero sonó, era el pibe del delivery con una milanesa y papas fritas. En la puerta del edificio me esperaban el pibe y un señor teniéndome la puerta. Hicimos el cambio de mano, ahora era yo quien sostenía la puerta, le pague y volví al ascensor. “¿A qué piso vas?”, me preguntó. “Al sexto”. “Yo al cuarto”. Levanté la mirada y lo vi. “Yo a este tipo lo conozco”, pensé. Llegamos al cuarto, el tipo bajó, y cuando estaba cerrando la puerta del ascensor, lo identifiqué. “¡Es Benedetti!”. Entré al departamento, dejé la comida en la mesa y corrí en busca del resumen de las expensas. Ahí estaban todos los propietarios del edificio. Fui buscando con el dedito hasta que llegue al 4º F… BENEDETTI. “¡Era él!”. A la mañana siguiente lo chequee con el portero. “Sí, es el escritor. Golpeale la puerta, es un buen tipo”.
Eso hice unos días después. Me atendió en pijamas, me sonrió y me firmó un cuaderno donde yo escribía y trataba de imitarlo. Yo estaba muy nervioso y no sabía cómo explicarle todo lo que lo admiraba. Él volvió a sonreír y me agradeció. Fue todo muy rápido, y me quede con ganas de más.
Al año siguiente insistí: volví a golpearle la puerta y a pedirle si podía hacerle una entrevista. Le dije que estudiaba periodismo y que me gustaría hablar con él. “Bueno, venite el martes a las 9 y media de la mañana”, me dijo. En esos días preparé unas 10 preguntas, todas muy simples y tontas. Sólo recuerdo una que hacía referencia a su ateísmo.
Llegó el día, bajé los dos pisos que me separaban de su departamento y volví a golpear la puerta. Atendió, me hizo pasar y me ofreció sentarme. Lo único que recuerdo de ese lugar era que todas sus paredes eran bibliotecas, todas repletas de libros de él. Quise grabarlo, pero me dijo que mejor no, que puede tener problemas con la editorial. No me importó demasiado. Sobre una mesa había unos manuscritos bien fresquitos que seguramente estaba escribiendo antes que tocara su puerta. No me acuerdo que me contestó ante cada pregunta que le hice. Sólo tengo muy grabado que en un momento le agarró un ataque de asma espantoso. Por suerte encontró rápido ese spray que les libera los pulmones. Cuando estábamos por terminar y yo no paraba de agradecerle, me dice: “¿Qué libro querés? ¿Inventario?”. Yo moría por Cuentos completos, pero no sabía cómo decírselo. De alguna manera se lo di a entender, porque sacó de la biblioteca ese libro, lo dedicó y me lo regaló. Ya no podía pedir más. Lo salude con un beso y me fui.
Con el paso del tiempo deje de valorar ese momento. Hoy vuelvo a disfrutarlo. Va a ser difícil que se vuelva a repetir algo así.
Ayer, cuando me entere, fui a la biblioteca y hojee la dedicatoria en el libro. También busque el poema que más me gusta de él, “No te salves”. Cómo me gustaría leerlo como hace 10 años atrás, sentí tristeza por no poder leerlo así. Con 31 años encima empiezo a sentir que me estoy salvando y eso no suena bien. Veremos cómo sigue todo. Por lo pronto: gracias Mario.
Me lo acercó una novia que lo amaba, que le encantaban esos poemas que –leídos hoy– suenan cursis. Después una amiga me regaló una edición viejísima de Inventario I. Así lo conocí. Fue el primer escritor con el que me emocioné. Con él y con Rulfo.
El domingo, cuando escuché que había muerto, me dio pena y me reproche haberme olvidado de él, dejarlo de lado de mis lecturas, de haber dicho alguna vez que “Galeano y Benedetti es lectura de adolescentes, que te empalaga el alma”.
¿Cuánto le debo a Benedetti? Tal vez mucho. Tal vez exagero, como se exagera cuando alguien muere. Pero sí, algo le debo. Alguna conquista amorosa después de escribir un poema suyo en una carta. La devoción por la lectura. La escritura. “Para escribir hay que leer mucho”, decía Bioy. Y yo leí mucho a Benedetti. Por eso se convirtió en mi inspiración de joven, en la de un joven que quería cambiar el mundo y enamorar chicas al mismo tiempo. Y eso no es poco.
Escribo esto porque tuve la suerte de conocerlo, de estar sentado frente a él unos 30 minutos un día de abril de 1998. Creo que fue el 22. Su muerte me obliga a escribir esta anécdota que no me canso de contar cada vez que se presenta la oportunidad.
Domingo de noviembre de 1997. Buenos Aires estaba muerto y yo tenía una resaca galopante. Una novia me había dejado hacia muy poco. El timbre del portero sonó, era el pibe del delivery con una milanesa y papas fritas. En la puerta del edificio me esperaban el pibe y un señor teniéndome la puerta. Hicimos el cambio de mano, ahora era yo quien sostenía la puerta, le pague y volví al ascensor. “¿A qué piso vas?”, me preguntó. “Al sexto”. “Yo al cuarto”. Levanté la mirada y lo vi. “Yo a este tipo lo conozco”, pensé. Llegamos al cuarto, el tipo bajó, y cuando estaba cerrando la puerta del ascensor, lo identifiqué. “¡Es Benedetti!”. Entré al departamento, dejé la comida en la mesa y corrí en busca del resumen de las expensas. Ahí estaban todos los propietarios del edificio. Fui buscando con el dedito hasta que llegue al 4º F… BENEDETTI. “¡Era él!”. A la mañana siguiente lo chequee con el portero. “Sí, es el escritor. Golpeale la puerta, es un buen tipo”.
Eso hice unos días después. Me atendió en pijamas, me sonrió y me firmó un cuaderno donde yo escribía y trataba de imitarlo. Yo estaba muy nervioso y no sabía cómo explicarle todo lo que lo admiraba. Él volvió a sonreír y me agradeció. Fue todo muy rápido, y me quede con ganas de más.
Al año siguiente insistí: volví a golpearle la puerta y a pedirle si podía hacerle una entrevista. Le dije que estudiaba periodismo y que me gustaría hablar con él. “Bueno, venite el martes a las 9 y media de la mañana”, me dijo. En esos días preparé unas 10 preguntas, todas muy simples y tontas. Sólo recuerdo una que hacía referencia a su ateísmo.
Llegó el día, bajé los dos pisos que me separaban de su departamento y volví a golpear la puerta. Atendió, me hizo pasar y me ofreció sentarme. Lo único que recuerdo de ese lugar era que todas sus paredes eran bibliotecas, todas repletas de libros de él. Quise grabarlo, pero me dijo que mejor no, que puede tener problemas con la editorial. No me importó demasiado. Sobre una mesa había unos manuscritos bien fresquitos que seguramente estaba escribiendo antes que tocara su puerta. No me acuerdo que me contestó ante cada pregunta que le hice. Sólo tengo muy grabado que en un momento le agarró un ataque de asma espantoso. Por suerte encontró rápido ese spray que les libera los pulmones. Cuando estábamos por terminar y yo no paraba de agradecerle, me dice: “¿Qué libro querés? ¿Inventario?”. Yo moría por Cuentos completos, pero no sabía cómo decírselo. De alguna manera se lo di a entender, porque sacó de la biblioteca ese libro, lo dedicó y me lo regaló. Ya no podía pedir más. Lo salude con un beso y me fui.
Con el paso del tiempo deje de valorar ese momento. Hoy vuelvo a disfrutarlo. Va a ser difícil que se vuelva a repetir algo así.
Ayer, cuando me entere, fui a la biblioteca y hojee la dedicatoria en el libro. También busque el poema que más me gusta de él, “No te salves”. Cómo me gustaría leerlo como hace 10 años atrás, sentí tristeza por no poder leerlo así. Con 31 años encima empiezo a sentir que me estoy salvando y eso no suena bien. Veremos cómo sigue todo. Por lo pronto: gracias Mario.
11 comentarios:
Caramba, Nahuel, que hermosa anécdota. Yo también tuve mi rapto de enamoramiento con Benedetti, y casualmente a través de los mismos libos que vos leíste. Le agregaría el disco de Nacha Canta Benedetti, cuyo espectáculo también presencié. Sus poemas de la oficina son de lo mejor. Ah... no te salves.
Rodolfo
No recordaba los detalles de la anécdota, pero sigo sin creerte que el autógrafo que me diste era de él! Me acordé enseguida de vos cuando escuché la noticia.
Creo que nunca nos olvidamos de los Benedettis que nos modifican el alma, así que no te preocupes. Aquel comentario tuyo fue un momento snob, propio de la omnipotencia de la rebeldía.
Besos! Sandra.
Qué lindo leerte y a través tuyo a Benedetti. No sabía qué llevarles a los chicos sobre su muerte y me pareción tan bello tu texto que me lo imprimí y se los llevo hoy... después te cuento.
Pero te adelanto que me voy a agrandar y voy a decirles que este nahuel es un muy amigo mío de la secundaria y que si mal no recuerdo...uno de esos poemas que hoy suenan como suenan, se lo había escrito yo.
ana
Me encantó tu anécdota, me hizo llorar. Y me tome el atrevimiento de hacerselo leer a una amiga a la cual le causó la misma sensacion.
Un abrazo
Stella
Excelente recuerdo Nahuel.
En cuanto de entere de la muerte de Benedetti recordé que lo habías conocido. En lo personal todavía recuerdo como me conmovió La Tregua.
Abrazo,
Guille.
Benedetti los recuerdos, Benedetti -que quiere decir benditos en italiano, según señaló Galeano- los que aman, los que recuerdan, los que escriben. Y sí, un poco de vergüenza a mí también me da, de no haberlo frecuentado más, de haberlo subestimado como poeta. Pero sus poemas (los musicalizados y los no) y novelas forman parte de nosotros. En este momento me viene a la memoria que aprendí de él la palabra "paisito" para referirse a su terruño (que es también "nuestro", porque somos el mismo país), y la expresión "molusco lapa" para calificar al tira que sigue a un hombre por la calle. Benedetti, un imprescindible pese a todas las críticas que se le puedan hacer. Gracias, Nahuel.
....tambien al momento de oir la noticia de la muerte de mario,me acorde de vos y de todos esos momentos que vivi con vos ,cuando descubrimos que benedetti era vecino nuestro...aunque se me hacia dificil entenderlo,estabas como super excitado y muy ala expectativa..fueron lindos momentos
Te abraza ala distancia -jorge
Si, Nahuel, coincido con tu sentimiento de "haber olvidado su lectura". Si bien no soy un devoto de su obra,no podemos darnos el lujo de dejar de agradecer en vida, a este tipo de personajes que aportaron su granito de arena (o bolsa)en los momentos difíciles de nuestra sociedad mal gobernada
Abrazo nono
genial, nahuel. se me puso la piel de gallina. un saludo grande desde la plata, virginia
Nada salvado estás sino no podrias escribir esto que escribiste.
Estás en el camino, te pensás con sangre, te juzgás con tiempo, ¿querés con desgano?...
Nadie se salva en estos inquietos tiempos argentinos!
Con Benedetti me enamoré de la poesía, de la literatura. No podía entender que yo, prescindiendo de toda norma lingüística pudiera entender a ese hombre raro que no usaba puntos, comas, pero que hacía que yo pudiera deslizarme en sus versos hasta emocionarme. Hoy, con varios años más de aquellos 15 o 16 adolescentes, sigo sintiendo la misma invasión de regocijo en mi alma cada vez que busco mi Inventario de la biblioteca para leerle algún poema de los que más me gustan a mi hijo.
Me volvió a fascinar leer, después de tanto tiempo, lo que me contaste un verano en casa. Aquel verano yo pude compartir tu emoción por haberlo conocido. Hoy también comparto tu recuerdo.
Nunca vas a salvarte Machesich...
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