
Ese día me despertó un "no" angustiado, sostenido e incredulo de mi mujer. Estaba hablando por teléfono con alguien. Inmediatamente balbuceé un "¿qué pasó?". Una vez, dos veces. La tercera fue un grito. Se asomó por la puerta de la habitación y agarrándose la cabeza me dijo: "Murió Kirchner". Como un automata, manoteé el control remoto y busqué la confirmación televisada. Ahí estaba, en cada uno de los canales de noticias. Me quede horas frente al televisor y tirado en la cama. Petrificado. Sin reacción. Incubando la tristeza.
A las 8 estaba convocada una concentración en plaza de Mayo. Con Cecilia decidimos ir. Faltaban 37 días para que naciera Vicky. (Algún día le contaremos que de alguna manera estuvo ahí). En la plaza nos encontramos con mucha gente, todos consternados, entre temerosos por lo que iba a venir y shockeados por la noticia. Los más viejos lloraban. Los más jóvenes puteaban. Las dos frases que más escuché fueron "qué mala suerte" y "este tipo me cambió la vida". Se cantaba mucho "Andate Cobos, la puta que te parió". Hasta que me di cuenta de eso, para mí era "Aguanten todos, la puta que los parió". No estaba mal para ese momento el "aguanten todos". Después volvimos a casa, miramos 678 y nos fuimos a dormir. Tristes.
Al día siguiente me tocaba declarar en un juicio laboral. En el trayecto de mi casa al juzgado lloré por primera vez. Y no fue un llanto cualquiera, fue el primero que me causó un político argentino. Y eso no es poca cosa para alguien que, 10 años atrás, había cantado a rabiar el "que se vayan todos". Después de declarar, escuché detrás mío y desde el banquillo de testigo, como los abogados de ambas partes decían que Kirchner se había muerto porque estaba enfermo de poder. A tres cuadras de ahí, en la plaza, se empezaba a formar una fila para despedir los restos.
Ese día trabajé, escribí un texto sobre él y me fui a la plaza. Hice la cola con mi hermana y su novio durante unas 4 horas. Entramos a la Casa Rosada a las 2 de la mañana. El paso frente al féretro fue un momento breve, casi imperceptible. Pero intenso.
El viernes llovió. Me acuerdo que caminé desde el subte al trabajo. Fue la ciudad más triste que vi desde que vivo en Buenos Aires. Sobre Alem se estaba juntando gente para ver pasar el cortejo fúnebre. Luego, seguí todo desde el televisor de la redacción. Era todo muy triste.
Los días que siguieron no me los acuerdo. Pero los que van del 27 al 29 de octubre quedarán marcados a fuego en mi historia personal. Como quedaran marcados en la vida de muchas personas y en la Historia de nuestro país.
Todavía hoy, a veces, me pregunto cómo fue posible llorar por él, cuando lo hago por tan pocas cosas. Por casi nada, diría. Entonces, por qué. Ahora se me ocurre decir que las lágrimas fueron una muestra de un profundo agradecimiento. De qué. La lista sería larga. Elijo un motivo.
Gracias Néstor por rescatarme del cinismo de los que no creen en la política del Estado.
Gracias, en serio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario