Muy comentada, debatida y escuchada fue la conversación que mantuvieron en la radio Andy K y Lanata. Bien merecido fue que sea así. A cada oyente le habrá pegado por distintos lados las palabras de cada uno de ellos. A mí me despertó las opiniones que leerán a continuación.
1) Sobre Andy K
Andy K era un chico CQC. Gran parte de mi generación lo vio en los noventa como el notero transgresor que se mofaba, por igual, de políticos y famosos. Era divertido, rápido, inteligente. Gracias a sus preguntas picantes y a la edición del programa quedaba parado como el paladín justiciero que al mismo tiempo nos entretenía. En CQC se sintetizaba la sensanción adolescente que teníamos muchos por ese entonces sobre la política. “La política era sucia” y “los políticos eran todos unos chorros” eran dos de las frases que, de alguna manera, definían al programa en sus primeros años. Desde el show televisivo fueron cómplice de la denostación de la política desde el lado más fácil (la corrupción), mientras el país se caía a pedazos por las politicas económicas impuestas durante el menemismo. Por eso no es errado afirmar que CQC tuvo más que ver con Tinelli que lo que Pergolini cree. ¿Andy K pensará sobre eso? No lo sé. Lo que sí se es que en la conversación del otro día me sorprendió. Y no por sus argumentos ni sus posiciones frente al kirchnerismo, sino más bien porque en los balbuceos de sus palabras concebía a la política desde un lugar absolutamente diferente a la de aquel chico CQC. A pesar de pertenecer a una generación que llegó tarde a la primavera alfonsinista y muy temprano al desasosiego menemista, se podría decir que en sus palabras se vislumbraba cierta fe en la política de los políticos. En fin, Andy K cree.
2) Sobre Jorge L
“¡No les creo!”, repitió un par de veces casi en tono de grito. Y en esas tres palabras se resume a la perfección el sustrato ideológico con el que Lanata mira y analiza este momento histórico de nuestro país. Uno tiene todo el derecho del mundo de no creer. De lo que no tiene derecho es de juzgar a los que sí creen. Y mucho menos de hacerlo poniendo bajo sospecha el verdadero interés de los que creen. “Son chorros” (por 678), “fueron cooptados con plata” (por los organismos de derechos humanos), “tiene un problema psicológico con Clarín” (por Víctor Hugo) son sus argumentos para denostar a los que creen y, al mismo tiempo, para ubicarse en el lugar impoluto del periodista que no transa y que dice la verdad. Pero los tiempos que corren no le permiten demasiado sostener el personaje y no le queda otra que mancharse un poquito. Y dice: "El hecho de que los tipos (por Clarín) sean unos hijos de puta no quiere decir que yo no salga a defenderlos". Hay que tener ganas de ensuciarse con Magnetto, Noble y compañía, eh. Pero bueno, él elige eso y está perfecto. Muchos analizan preocupados el supuesto cambio de Lanata. “El Lanata de los 90 era mejor que éste”, dicen. Para mí no es así. Cambió más el clima de época que Lanata. Y Lanata quedó en off-side, pensando que todavía se puede analizar la política argentina con frases histriónicas y fáciles, o gritando a los cuatro vientos sobre la corrupción de este gobierno. “Están afanando como nunca se afanó en Argentina”, dice, y suena más a una vieja gorda de Recoleta que al periodista que fundó Página/12 y fundió Crítica. En fin Jorge L no cree.
3) Sobre la política
¿Por qué mucha gente le creyó a Kirchner? No voy a responder esta pregunta acá, daría para mucho más que una nota de facebook. Pero sí puedo decir que en esa creencia se recuperó mucho más que la confianza en UN político. Más bien se recuperó la confianza del ejercicio de la política desde el lugar del Estado. Con errores, con aciertos, con contradicciones y debilidades, con impresentables y con personas muy valiosas, la política se comenzó a enaltecer en el fragor de las discusiones más importantes que tuvo este país desde hacia muchísimo tiempo. Y todo eso sucedió por iniciativa o participación del Estado administrado por los Kirchner. En ese proceso muchos adherimos a este gobierno. Es decir comenzamos a creer en este gobierno. Desde entonces argumentamos y miramos la política desde esa creencia. ¿Qué hacen los que no creen con los que sí creen? Algunos respetan; otros miran socarrones y te dice "ya te vas a dar cuenta"; otros te tiran por la cabeza conspiraciones palaciegas difíciles de comprobar; están los que pretenden anular un complejo y entreverado proceso político con las alianzas nefastas del gobierno nacional; y nunca faltan los que apelan a la inefable corrupción para hacerte entender que no se puede apoyar a un gobierno que roba y que hace todo lo que hace porque es una mafia que sólo pelea con Clarín por sus negocios. El gobierno activa los juicios a los genocidas. Es porque hace marketing de izquierda y roba por derecha. El gobierno impulsa la ley de medios. Es porque está en guerra con Magnetto. El gobierno estatiza los fondos jubilatorios. Es porque necesita caja. Los incrédulos no pueden articular una creencia política porque la conspiración es su ley primera. Conciben la política como ese lugar donde se hacen negocios privados, donde el gobierno es una especie de mafia que sólo recauda y aprieta para concretar sus espurios propósitos. No toleran reconocer una política de Estado en favor de los que menos tienen, y por eso buscan explicarla exclusivamente desde esos principios. Reducir estos últimos 8 años con esos argumentos es no querer asumir un pensamiento más profundo sobre lo que sucedió, sucede y sucederá en este proceso político. La incredulidad le queda bien a la filosofía, no a la política. Está bien, cada uno lo hace como quiere. Yo argumento desde una creencia que no me impide asumir las contradicciones más intrincadas de este gobierno. La creencia de los que no creen se materializa en una formulita que les sale de memoria: los K hacen tal cosa porque les conviene a ellos y solo a ellos. Y ahí se termina todo. Así de fácil. Y está bien, están en su derecho de discutir y analizar la política actual desde ese lugar prístino e inmaculado. Pero que quede bien claro: los incrédulos la tienen mucho más cómoda que los que creemos.
Por eso a Lanata no le cuesta nada tirar una frase como esta: “¿Por qué tengo que elegir entre el bagarto y el bagallo? Yo quiero salir con la mina que me gusta a mí”. Facilísimo, así cualquiera. Pero la política es otra cosa más complicada. Es, como lo definió Aníbal Fernández, un lugar donde se chupan kilómetros de pija. Es, como le dijo Néstor a Feinmann (el bueno), algo que los progres no puede entender (¡Oh, qué horror! cómo vamos a entender que el poder se construye transando con un puntero de Patti / Lean "El flaco", ahí está esa anécdota imprescindible para entender toda la historia del poder en Argentina). Es, como le dijo Morpheo a Neo, “Bienvenido al desierto de lo real”. Muchos elegimos meternos en el desierto, incinerarnos la cabeza de preguntas, dudas y contradicciones, y asumir la realidad que nos tocó en nuestro tiempo. Otros merodean el páramo esperando que resuciten San Martín, el Che Guevara y Mariano Moreno para comenzar a creer. Qué se yo, son elecciones.