
miércoles, 30 de diciembre de 2009
lunes, 14 de diciembre de 2009
La sensación de accidentalidad
"Poco se reflexiona o se elabora sobre el comportamiento medio de los argentinos respecto de las reglas de tránsito. Se las infringe en demasía, aun en detrimento de la propia supervivencia. El número de accidentes con víctimas graves o fatales es enorme, casi siempre por burlar reglas sencillas, universales, de impecable lógica: usar casco o cinturón de seguridad, respetar las velocidades máximas y las indicaciones de los semáforos. En el accidente de los Pomar, por lo menos una de ellas, los cinturones, se había dejado de lado. Y es verosímil que se haya superado la velocidad máxima, que (referencia costumbrista digna de mención) la media de los conductores desconoce.
La anomia es patente, cunde entre personas respetables que a menudo se dañan a sí mismas o a sus seres queridos. Cual si fuera un exorcismo, si alguien arrasa con la vida de un prójimo ajeno, la vindicta es enorme: se trepa al dolo eventual, se piden condenas de décadas...
Cualquier delito contra la vida o la propiedad se inscribe en una categoría conceptual, “la inseguridad”. Los accidentes se tratan como sucesos aislados, “la tragedia”, “la fatalidad”. Pero no son hechos aislados, fatales o azarosos. Existe una fuerte tendencia social, que amerita un análisis más ponderado, sobre la que algo han comenzado a hacer las autoridades (scoring, controles de alcoholemia, sanciones más rigurosas). La accidentalidad, o como se la llame, es una responsabilidad colectiva que no se puede endilgar a morochos, jóvenes desquiciados por el paco y otro tipo de “ajenos”.
Tal vez no sea redituable cuestionar los comportamientos cotidianos de “la gente” (que es el público que consume los medios), de ahí que la cuestión se soslaye o se minimice. O se reduce a la inquisición (necesaria pero insuficiente) sobre el estado de las rutas o las banquinas. Cuestionar al estado o al Gobierno siempre rinde, trajinar las responsabilidades colectivas no está tan de moda".
Fragmento de la nota “Que no parezca un accidente”, escrita por Mario Wainfeld en Página/12 del domingo 13 de diciembre.
La anomia es patente, cunde entre personas respetables que a menudo se dañan a sí mismas o a sus seres queridos. Cual si fuera un exorcismo, si alguien arrasa con la vida de un prójimo ajeno, la vindicta es enorme: se trepa al dolo eventual, se piden condenas de décadas...
Cualquier delito contra la vida o la propiedad se inscribe en una categoría conceptual, “la inseguridad”. Los accidentes se tratan como sucesos aislados, “la tragedia”, “la fatalidad”. Pero no son hechos aislados, fatales o azarosos. Existe una fuerte tendencia social, que amerita un análisis más ponderado, sobre la que algo han comenzado a hacer las autoridades (scoring, controles de alcoholemia, sanciones más rigurosas). La accidentalidad, o como se la llame, es una responsabilidad colectiva que no se puede endilgar a morochos, jóvenes desquiciados por el paco y otro tipo de “ajenos”.
Tal vez no sea redituable cuestionar los comportamientos cotidianos de “la gente” (que es el público que consume los medios), de ahí que la cuestión se soslaye o se minimice. O se reduce a la inquisición (necesaria pero insuficiente) sobre el estado de las rutas o las banquinas. Cuestionar al estado o al Gobierno siempre rinde, trajinar las responsabilidades colectivas no está tan de moda".
Fragmento de la nota “Que no parezca un accidente”, escrita por Mario Wainfeld en Página/12 del domingo 13 de diciembre.
lunes, 7 de diciembre de 2009
De cocalero a presidente

lo aprendí en una cancha de fútbol"
Albert Camus (escritor y filósofo francés)
"A los 13 años, Evo organizó algo por primera vez en su vida: el equipo de fútbol de su comunidad. Se llamó Fraternidad y él se convirtió en capitán y delegado. Tres años después lo eligieron director técnico. Con la lana de las llamas que esquilaba y con los zorros que cazaba compraba pelotas y camisetas. Mientras dirigía, oyó que el padre y algunos vecinos decían que sería buen dirigente, buen líder. Le dio vergüenza preguntar qué significaban las palabras 'dirigente' y 'líder'."
En Jefazo, de Martín Sivak.
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