martes, 26 de mayo de 2009

Bob, sí; empanada, no

Hace unos meses me tocó hacerle una nota a un pibito de 8 años que la rompe con la guitarra. Se llama Lucciano Pizzichini, hay decena de videos en la web. La cuestión es que el niño es fan de Bob Esponja. Entonces la chica de prensa de Cartoon me ofreció el siguiente plan: “Vos le hacés la nota a Luchy, y cuando estén haciendo las fotos aparece el muñeco y le regala una guitarra con motivos de Bob… ¿te parece? ¿No es genial la idea?”. Y bue, sí, me parece, es genial.
Acá empieza lo interesante de la historia. Me llaman de mesa de entrada de la editorial para avisarme que había llegado gente. Bajo y me encuentro con dos pibes (bien conurbano, no más de 25 años), los encargados de traer el muñeco-disfraz del querido habitante amarillo de Fondo Bikini. Los invito a pasar y los acompaño al primer piso, donde está el estudio de fotos. En la espera de la prematura estrella de rock les pregunto, ingenuamente, si la persona que va a ser de Bob está viniendo.
–Yo me meto, yo hago de Bob.
–Ah, ¿sí?
–Sí, ya lo hice un par de veces, y parece que les gustó porque siempre que llaman estoy yo.
–Pero…
–Cada vez que llaman al depósito donde están los disfraces preguntan si alguno de nosotros se anima. A mí me encanta.
–O sea que ustedes trabajan en el flete y… de Bob.
–Claro.
–Pero no te pagan por lo del disfraz.
–Me pagan por traerlo, cargarlo, cuidarlo, llevarlo. El resto lo hago de onda. Está bueno. El otro día estuve en el programa de Susana, por ejemplo.
–Mira vos.
–Y además, por lo menos no soy empanada. Ese sí es un garronazo.

martes, 19 de mayo de 2009

Benedetti



Anteayer murió Benedetti. De él leí sus poemas, La tregua, Gracias por el fuego y Cuentos completos. Muy poco en relación a todo lo que escribió.
Me lo acercó una novia que lo amaba, que le encantaban esos poemas que –leídos hoy– suenan cursis. Después una amiga me regaló una edición viejísima de Inventario I. Así lo conocí. Fue el primer escritor con el que me emocioné. Con él y con Rulfo.
El domingo, cuando escuché que había muerto, me dio pena y me reproche haberme olvidado de él, dejarlo de lado de mis lecturas, de haber dicho alguna vez que “Galeano y Benedetti es lectura de adolescentes, que te empalaga el alma”.
¿Cuánto le debo a Benedetti? Tal vez mucho. Tal vez exagero, como se exagera cuando alguien muere. Pero sí, algo le debo. Alguna conquista amorosa después de escribir un poema suyo en una carta. La devoción por la lectura. La escritura. “Para escribir hay que leer mucho”, decía Bioy. Y yo leí mucho a Benedetti. Por eso se convirtió en mi inspiración de joven, en la de un joven que quería cambiar el mundo y enamorar chicas al mismo tiempo. Y eso no es poco.

Escribo esto porque tuve la suerte de conocerlo, de estar sentado frente a él unos 30 minutos un día de abril de 1998. Creo que fue el 22. Su muerte me obliga a escribir esta anécdota que no me canso de contar cada vez que se presenta la oportunidad.
Domingo de noviembre de 1997. Buenos Aires estaba muerto y yo tenía una resaca galopante. Una novia me había dejado hacia muy poco. El timbre del portero sonó, era el pibe del delivery con una milanesa y papas fritas. En la puerta del edificio me esperaban el pibe y un señor teniéndome la puerta. Hicimos el cambio de mano, ahora era yo quien sostenía la puerta, le pague y volví al ascensor. “¿A qué piso vas?”, me preguntó. “Al sexto”. “Yo al cuarto”. Levanté la mirada y lo vi. “Yo a este tipo lo conozco”, pensé. Llegamos al cuarto, el tipo bajó, y cuando estaba cerrando la puerta del ascensor, lo identifiqué. “¡Es Benedetti!”. Entré al departamento, dejé la comida en la mesa y corrí en busca del resumen de las expensas. Ahí estaban todos los propietarios del edificio. Fui buscando con el dedito hasta que llegue al 4º F… BENEDETTI. “¡Era él!”. A la mañana siguiente lo chequee con el portero. “Sí, es el escritor. Golpeale la puerta, es un buen tipo”.
Eso hice unos días después. Me atendió en pijamas, me sonrió y me firmó un cuaderno donde yo escribía y trataba de imitarlo. Yo estaba muy nervioso y no sabía cómo explicarle todo lo que lo admiraba. Él volvió a sonreír y me agradeció. Fue todo muy rápido, y me quede con ganas de más.
Al año siguiente insistí: volví a golpearle la puerta y a pedirle si podía hacerle una entrevista. Le dije que estudiaba periodismo y que me gustaría hablar con él. “Bueno, venite el martes a las 9 y media de la mañana”, me dijo. En esos días preparé unas 10 preguntas, todas muy simples y tontas. Sólo recuerdo una que hacía referencia a su ateísmo.
Llegó el día, bajé los dos pisos que me separaban de su departamento y volví a golpear la puerta. Atendió, me hizo pasar y me ofreció sentarme. Lo único que recuerdo de ese lugar era que todas sus paredes eran bibliotecas, todas repletas de libros de él. Quise grabarlo, pero me dijo que mejor no, que puede tener problemas con la editorial. No me importó demasiado. Sobre una mesa había unos manuscritos bien fresquitos que seguramente estaba escribiendo antes que tocara su puerta. No me acuerdo que me contestó ante cada pregunta que le hice. Sólo tengo muy grabado que en un momento le agarró un ataque de asma espantoso. Por suerte encontró rápido ese spray que les libera los pulmones. Cuando estábamos por terminar y yo no paraba de agradecerle, me dice: “¿Qué libro querés? ¿Inventario?”. Yo moría por Cuentos completos, pero no sabía cómo decírselo. De alguna manera se lo di a entender, porque sacó de la biblioteca ese libro, lo dedicó y me lo regaló. Ya no podía pedir más. Lo salude con un beso y me fui.
Con el paso del tiempo deje de valorar ese momento. Hoy vuelvo a disfrutarlo. Va a ser difícil que se vuelva a repetir algo así.

Ayer, cuando me entere, fui a la biblioteca y hojee la dedicatoria en el libro. También busque el poema que más me gusta de él, “No te salves”. Cómo me gustaría leerlo como hace 10 años atrás, sentí tristeza por no poder leerlo así. Con 31 años encima empiezo a sentir que me estoy salvando y eso no suena bien. Veremos cómo sigue todo. Por lo pronto: gracias Mario.