
miércoles, 30 de diciembre de 2009
lunes, 14 de diciembre de 2009
La sensación de accidentalidad
La anomia es patente, cunde entre personas respetables que a menudo se dañan a sí mismas o a sus seres queridos. Cual si fuera un exorcismo, si alguien arrasa con la vida de un prójimo ajeno, la vindicta es enorme: se trepa al dolo eventual, se piden condenas de décadas...
Cualquier delito contra la vida o la propiedad se inscribe en una categoría conceptual, “la inseguridad”. Los accidentes se tratan como sucesos aislados, “la tragedia”, “la fatalidad”. Pero no son hechos aislados, fatales o azarosos. Existe una fuerte tendencia social, que amerita un análisis más ponderado, sobre la que algo han comenzado a hacer las autoridades (scoring, controles de alcoholemia, sanciones más rigurosas). La accidentalidad, o como se la llame, es una responsabilidad colectiva que no se puede endilgar a morochos, jóvenes desquiciados por el paco y otro tipo de “ajenos”.
Tal vez no sea redituable cuestionar los comportamientos cotidianos de “la gente” (que es el público que consume los medios), de ahí que la cuestión se soslaye o se minimice. O se reduce a la inquisición (necesaria pero insuficiente) sobre el estado de las rutas o las banquinas. Cuestionar al estado o al Gobierno siempre rinde, trajinar las responsabilidades colectivas no está tan de moda".
Fragmento de la nota “Que no parezca un accidente”, escrita por Mario Wainfeld en Página/12 del domingo 13 de diciembre.
lunes, 7 de diciembre de 2009
De cocalero a presidente

lo aprendí en una cancha de fútbol"
Albert Camus (escritor y filósofo francés)
lunes, 30 de noviembre de 2009
De Tupamaro a presidente
Pepe Mujica, el reciente presidente electo del Uruguay, fue guerrillero. Habrán visto los titulares de algunos diarios: “Ex guerrillero fue elegido presidente de Uruguay”. La organización donde se jugó el pellejo se llamaba Tupamaros. Como muchos jóvenes de la época, el Pepe tomó las armas contra los gobiernos dictatoriales del momento. En eso, la organización a la que perteneció no se distinguió de muchas otras que hicieron lo mismo, o algo parecido, a lo largo y ancho de Latinoamérica. Pero los Tupamaros tienen en su haber dos historias que merecen ser conocidas. La primera es de película. El 13 de abril de 1971 la friolera de 111 presos (sí, leyeron bien: 111 presos) se fugaron de la cárcel de Punta Carretas por un túnel que conectaba una de las celdas con una casa vecina al penal. Si no fue récord Guinness, pegó en el palo. El otro datito es un poco más controversial pero simpático al fin. En una oportunidad los Tupamaros secuestraron a un empresario muy adinerado. Algo muy común en esa época. Lo hacían para exigir grandes cifras como rescate y, de esa manera, sostener la organización y distribuir lo recaudado con los pobres de los barrios marginales de Uruguay. Bueno, lo concreto fue que no encerraron al buen hombre rico en una pocilga de mala muerte. Lo vistieron como se vestía un obrero en esa época y le dieron el sueldo que ganaba uno de los empleados que trabajaba en la fábrica de él para que sienta en carne propia cómo es vivir con tan poca plata. No sabemos si el tipo aprendió, pero que los Tupamaros fueron originales no hay duda.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Sobre el miedo en Buenos Aires

Me da miedo la calle. Me da miedo el miedo del resto. El pánico. La mirada de la mujer que está cerrando el portón de su casa y me ve pasar y se sobresalta y desconfía y sé que el corazón se le acelera por unos segundos, porque son las 10 de la noche y la calle está un poco oscura y, de repente, aparece un hombre, yo, medio apurado porque tengo un hambre que me muero y no me quiero perder Ciega a citas. Terror a los movimientos pausados de un tipo que me tantea mientras cierra la puerta de su coche mientras pispea cómo meto la mano en mi bolso para sacar la llave de mi casa mientras activa la alarma mientras se queda tranquilo de que soy “uno de ellos”.
2.
Hoy, tipo 9 y media de la noche, fui a visitar a mi hermana. Cuando entre al palier del edificio, el portero me ataja y sin mediación alguna casi me ordena: “Firmá esto”. Me acerco interesado al papel y me encuentro con una carta mal redactada escrita por la dueña del edificio –arquitecta ella– que solicita al gobierno de la Ciudad que expulse de la vereda par de la calle Córdoba al 1700 a los cartoneros porque “son delincuentes, drogadictos y sucios”. Y ellos, los que firman, “son contribuyentes y ciudadanos de bien”. No me preocupa tanto esto, lo que dice la carta con graves problemas de sintaxis, sino la instintiva seguridad que el portero tuvo sobre mí: el tipo descarta que cualquier persona que traspase esa puerta vidriada firmará la misiva represora y reaccionaria.
Yo leí y dije: “Yo no voy a firmar esto”.
El portero me sacó de las manos el papel y concluyó la conversación con un violento: “No me des ninguna explicación”.
Ninguna explicación era posible.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Lo pequeño y lo valiente
“¿Qué me hizo llorar? ¿Que fuera tan fácil arreglar la silla, mientras que lo demás es tan difícil? ¿O sería porque me di cuenta de que ya no dependía de ti para esas cosas? ¡De ti! Son las cosas pequeñas las que nos asustan. Las cosas inmensas, aquellas que pueden matarnos, nos hacen valientes”
John Berger, en De A para X - Una historia en cartas
sábado, 17 de octubre de 2009
lunes, 12 de octubre de 2009
Palermo

Los goles que más fuerte grité en mi vida los hizo él. El primero fue el tercero a River después de la lesión…
viernes, 2 de octubre de 2009
Carta de una profesora a sus alumnos
Queridos chicos:
En la clase de la semana pasada tuvimos un intercambio que me generó una cierta incomodidad. Cuando ustedes me preguntaron a quién iba a votar y yo les contesté “al kirchnerismo”, muchos de ustedes dijeron: “qué desilusión, profe”.
Los profesores estamos más que acostumbrados a las relaciones de encanto/desencanto con nuestros alumnos, sabemos que de una semana a la otra pasan del amor al odio, del “no te soporto” a “un poco me interesa lo que decís”. Por eso, la frase no me preocupó desde el costado de la “desilusión” sino porque me parece que no pude aprovechar la situación para generar un verdadero debate político, un intercambio de ideas que nos permitiera, tanto a ustedes como a mí, ampliar nuestros horizontes.
Tengo cuarenta años, hice hasta segundo año de la escuela secundaria en el régimen dictatorial y después asistí en vivo y en directo a la esperanza social que se abrió con el fin de la dictadura. Pude ver como mi madre lloraba de emoción al volver a votar. Y, aunque en 1983 yo tenía sólo 14 años, concurrí a manifestaciones, actos políticos y recitales de artistas que habían estado prohibidos. En cada uno de esos lugares pude palpar la emoción, la alegría y la ilusión que existían por la vuelta de la democracia.
Desde aquellos años hasta el presente, esa ilusión sufrió muchos traspiés, sobre todo durante la década del noventa –los años del “menemismo” –, donde se desmanteló al Estado, se diseño un país privado, se resquebrajaron los sueños colectivos y se condenó a la pobreza a la mitad de la población.
La política me interesa. Me atrevería, incluso, a decir que me apasiona. En todos estos años participé en centros de estudiantes, en alguna agrupación fugaz, en proyectos musicales independientes, en revistas alternativas, en agrupaciones universitarias, en discusiones gremiales. Distintas formas de la vida política que me permitieron y me permiten expresar mis ideas, reclamar por mis derechos y luchar por un país mejor.
Ustedes son de otra generación, nacieron y se criaron en democracia. Llegaron al mundo cuando los proyectos colectivos ya no tenían buena prensa. Pertenecen a una generación que con total derecho se puede preguntar: “¿Por qué debo creer en la democracia si en mi país hay pobres, injusticia, desempleo, pocas oportunidades para los jóvenes? ¿Por qué debo creer en adultos que dicen una cosa y hacen otra?”. Pero también son de una generación nueva. Son jóvenes y quién sabe qué inventarán para cambiar el mundo. Tienen todo por hacer, tienen todo por conquistar.
Si les escribo esta carta es porque quisiera encontrar el modo de transmitirles porqué voto a este gobierno pero, sobre todo, porqué creo que la política es la herramienta más eficaz para construir una sociedad justa.
Sé que el otro día cuando dijeron estar “desilusionados” lo hicieron, en buena medida, porque imaginan que una profesora que en la clase dice cosas críticas, tendría que ser “opositora” y votar en contra del “oficialismo”. Hoy estoy convencida que es al revés: ser oficialista de este gobierno es ser crítica de las ideas oficiales que legitiman los privilegios de los verdaderos dueños del poder.
En nuestra materia insistimos con las exigencias de la argumentación, con buscar recursos para sostener una idea, una posición, una crítica. En esta carta quiero decirles lo que no pude en la clase: porqué voto a este gobierno y porqué lo voto en este contexto, es decir: con las limitaciones que la historia siempre coloca pero también con las potencias que de ella se desprenden.
Tengo mis argumentos políticos: estoy a favor de la política de derechos humanos; estoy a favor de la estatización de la jubilación; estoy a favor de la estatización de Aerolíneas Argentinas; estoy a favor del proyecto de Ley de Radiodifusión; estoy a favor del aumento inédito en el porcentaje del PBI que se destina a la educación; estoy a favor del modo en que el gobierno se posiciona frente a otros gobiernos de América Latina que considero muy valiosos; estoy a favor de su reclamo constante por la soberanía argentina en las Islas Malvinas y del modo en que se reconoció a los ex combatientes con una pensión digna; estoy a favor de las retenciones a quienes más ganan; estoy a favor de la incorporación de casi un millón ochocientas mil personas al sistema jubilatorio; estoy a favor de que se realicen paritarias entre trabajadores y empresarios para discutir los salarios; etc. etc.
También tengo críticas y dudas sobre un montón de otros temas. En los espacios donde puedo, planteo discusiones sobre las enormes limitaciones que también tiene el gobierno actual. De esas limitaciones, la que más me inquieta, es la dificultad que tenemos quienes lo apoyamos para conmover con este proyecto a los jóvenes de nuestra patria.
Nuestra materia se propone desplegar una mirada crítica sobre los medios masivos de comunicación, los analiza como grupos de poder que quieren disputar el sentido social y que raramente dicen con honestidad desde dónde hablan, qué intereses defienden, porqué muestran lo que muestran, quiénes son sus propietarios. A veces pienso que nuestra sociedad se parece a “1984” pero Gran Hermano no es Cristina Kirchner, la presidenta elegida democráticamente por la mayoría de los argentinos, sino la corporación mediática que anula el pasado, entorpece la conciencia histórica y no permite generar discusiones políticas honestas. Los medios no propician ni la argumentación ni el intercambio de ideas sino más bien la destrucción del otro, la injuria, la descalificación, la estupidez, el pesimismo: la “tinellización” del pensamiento.
No quiero convencerlos de que apoyen a este gobierno ni mucho menos pero sí desarrollar en ustedes la capacidad de la discusión política. La política –habrán visto en alguna materia que la palabra proviene de “polis” que quiere decir ciudad– es el modo en que los hombres, los varones y las mujeres, discuten cómo vivir en la ciudad, es decir: cómo organizarse para vivir juntos. O sea que la política no se ejerce sólo cuando uno va a votar sino en el día a día, en el compromiso con los otros, escuchando, estudiando, dando amor, ocupando el lugar que nos toca con responsabilidad, cambiando las injusticias cotidianas, imaginando nuevas y mejores formas para la vida en común. La política también se ejerce en un aula, cuando los alumnos y los profesores intercambian ideas, cuando personas de diferentes generaciones se pueden escuchar y aprender de las otras. Esta carta, entonces, pretende formar parte de la vida política que nos reúne.
Aprovecho para decirles que para mí es un lujo compartir el aula con ustedes. No siempre los profesores nos encontramos con grupos que nos ofrecen desafíos, nos contagian entusiasmo y nos hacen reír.
Los saluda
La profe
martes, 26 de mayo de 2009
Bob, sí; empanada, no

Acá empieza lo interesante de la historia. Me llaman de mesa de entrada de la editorial para avisarme que había llegado gente. Bajo y me encuentro con dos pibes (bien conurbano, no más de 25 años), los encargados de traer el muñeco-disfraz del querido habitante amarillo de Fondo Bikini. Los invito a pasar y los acompaño al primer piso, donde está el estudio de fotos. En la espera de la prematura estrella de rock les pregunto, ingenuamente, si la persona que va a ser de Bob está viniendo.
–Yo me meto, yo hago de Bob.
–Ah, ¿sí?
–Sí, ya lo hice un par de veces, y parece que les gustó porque siempre que llaman estoy yo.
–Pero…
–Cada vez que llaman al depósito donde están los disfraces preguntan si alguno de nosotros se anima. A mí me encanta.
–O sea que ustedes trabajan en el flete y… de Bob.
–Claro.
–Pero no te pagan por lo del disfraz.
–Me pagan por traerlo, cargarlo, cuidarlo, llevarlo. El resto lo hago de onda. Está bueno. El otro día estuve en el programa de Susana, por ejemplo.
–Mira vos.
–Y además, por lo menos no soy empanada. Ese sí es un garronazo.
martes, 19 de mayo de 2009
Benedetti

Me lo acercó una novia que lo amaba, que le encantaban esos poemas que –leídos hoy– suenan cursis. Después una amiga me regaló una edición viejísima de Inventario I. Así lo conocí. Fue el primer escritor con el que me emocioné. Con él y con Rulfo.
El domingo, cuando escuché que había muerto, me dio pena y me reproche haberme olvidado de él, dejarlo de lado de mis lecturas, de haber dicho alguna vez que “Galeano y Benedetti es lectura de adolescentes, que te empalaga el alma”.
¿Cuánto le debo a Benedetti? Tal vez mucho. Tal vez exagero, como se exagera cuando alguien muere. Pero sí, algo le debo. Alguna conquista amorosa después de escribir un poema suyo en una carta. La devoción por la lectura. La escritura. “Para escribir hay que leer mucho”, decía Bioy. Y yo leí mucho a Benedetti. Por eso se convirtió en mi inspiración de joven, en la de un joven que quería cambiar el mundo y enamorar chicas al mismo tiempo. Y eso no es poco.
Escribo esto porque tuve la suerte de conocerlo, de estar sentado frente a él unos 30 minutos un día de abril de 1998. Creo que fue el 22. Su muerte me obliga a escribir esta anécdota que no me canso de contar cada vez que se presenta la oportunidad.
Domingo de noviembre de 1997. Buenos Aires estaba muerto y yo tenía una resaca galopante. Una novia me había dejado hacia muy poco. El timbre del portero sonó, era el pibe del delivery con una milanesa y papas fritas. En la puerta del edificio me esperaban el pibe y un señor teniéndome la puerta. Hicimos el cambio de mano, ahora era yo quien sostenía la puerta, le pague y volví al ascensor. “¿A qué piso vas?”, me preguntó. “Al sexto”. “Yo al cuarto”. Levanté la mirada y lo vi. “Yo a este tipo lo conozco”, pensé. Llegamos al cuarto, el tipo bajó, y cuando estaba cerrando la puerta del ascensor, lo identifiqué. “¡Es Benedetti!”. Entré al departamento, dejé la comida en la mesa y corrí en busca del resumen de las expensas. Ahí estaban todos los propietarios del edificio. Fui buscando con el dedito hasta que llegue al 4º F… BENEDETTI. “¡Era él!”. A la mañana siguiente lo chequee con el portero. “Sí, es el escritor. Golpeale la puerta, es un buen tipo”.
Eso hice unos días después. Me atendió en pijamas, me sonrió y me firmó un cuaderno donde yo escribía y trataba de imitarlo. Yo estaba muy nervioso y no sabía cómo explicarle todo lo que lo admiraba. Él volvió a sonreír y me agradeció. Fue todo muy rápido, y me quede con ganas de más.
Al año siguiente insistí: volví a golpearle la puerta y a pedirle si podía hacerle una entrevista. Le dije que estudiaba periodismo y que me gustaría hablar con él. “Bueno, venite el martes a las 9 y media de la mañana”, me dijo. En esos días preparé unas 10 preguntas, todas muy simples y tontas. Sólo recuerdo una que hacía referencia a su ateísmo.
Llegó el día, bajé los dos pisos que me separaban de su departamento y volví a golpear la puerta. Atendió, me hizo pasar y me ofreció sentarme. Lo único que recuerdo de ese lugar era que todas sus paredes eran bibliotecas, todas repletas de libros de él. Quise grabarlo, pero me dijo que mejor no, que puede tener problemas con la editorial. No me importó demasiado. Sobre una mesa había unos manuscritos bien fresquitos que seguramente estaba escribiendo antes que tocara su puerta. No me acuerdo que me contestó ante cada pregunta que le hice. Sólo tengo muy grabado que en un momento le agarró un ataque de asma espantoso. Por suerte encontró rápido ese spray que les libera los pulmones. Cuando estábamos por terminar y yo no paraba de agradecerle, me dice: “¿Qué libro querés? ¿Inventario?”. Yo moría por Cuentos completos, pero no sabía cómo decírselo. De alguna manera se lo di a entender, porque sacó de la biblioteca ese libro, lo dedicó y me lo regaló. Ya no podía pedir más. Lo salude con un beso y me fui.
Con el paso del tiempo deje de valorar ese momento. Hoy vuelvo a disfrutarlo. Va a ser difícil que se vuelva a repetir algo así.
Ayer, cuando me entere, fui a la biblioteca y hojee la dedicatoria en el libro. También busque el poema que más me gusta de él, “No te salves”. Cómo me gustaría leerlo como hace 10 años atrás, sentí tristeza por no poder leerlo así. Con 31 años encima empiezo a sentir que me estoy salvando y eso no suena bien. Veremos cómo sigue todo. Por lo pronto: gracias Mario.
sábado, 10 de enero de 2009
12 reglas para entender Gaza
2) Ni árabes, ni palestinos ni libaneses tienen derecho a matar civiles. A eso se le llama “terrorismo”.
3) Israel tiene derecho a matar civiles. Eso se llama “legítima defensa”.
4) Cuando Israel mata civiles en masa, las potencias occidentales piden que lo haga con mayor comedimiento. Eso se llama “reacción de la comunidad internacional”.
5) Ni palestinos ni libaneses tienen derecho a capturar soldados israelíes dentro de instalaciones militares con centinelas y puestos de combate. A eso hay que llamarlo “secuestro de personas indefensas”.
6) Israel tiene derecho a secuestrar a cualquiera hora y en cualquier lugar a cuantos palestinos y libaneses se le antoje. Su cifra actual rondalos 10 mil, 300 de los cuales son niños y mil, mujeres. No se precisa prueba alguna de culpabilidad. Israel tiene derecho a mantener secuestrados presosindefinidamente, ya sean autoridades democráticamente elegidas por los palestinos. A eso se le llama “encarcelamiento de terroristas”.
7) Cuando se menciona la palabra “Hezbollah”, es obligatorio añadir enla misma frase “apoyados y financiados por Siria y por Irán”.
8) Cuando se menciona “Israel”, está terminantemente prohibido añadir: “apoyados y financiados por los EE.UU.”. Eso podría dar la impresión de que elconflicto es desigual y de que la existencia de Israel no corre peligro.
9) En informaciones sobre Israel, hay que evitar siempre que aparezcan las siguientes locuciones: “Territorios ocupados”, “Resoluciones de la ONU”,“Violaciones de los Derechos Humanos” y “Convención de Ginebra”.
10) Los palestinos, lo mismo que los libaneses, son siempre “cobardes” quese esconden entre una población civil que “no los quiere”. Si duermen en casa con sus familias, eso tiene un nombre: “cobardía”. Israel tiene derecho a aniquilar con bombas y misiles los barrios donde duermen. A eso se le llama “acción quirúrgica de alta precisión”.
11) Los israelíes hablan mejor inglés, francés, castellano o portugués quelos árabes. Por eso merecen ser entrevistados con mayor frecuencia y tenermás oportunidades que los árabes para explicar al gran público las presentes reglas de redacción (de la 1 a la 10). A eso se le llama “neutralidad periodística”.
12) Todas las personas que no están de acuerdo con las sobredichas reglas, son, y así debe hacerse constar, “terroristas antisemitas de alta peligrosidad”.