Hay situaciones pequeñas y cotidianas que dan esperanza. Eso sentí después de un viaje en taxi. Éramos 4: el conductor, el fotógrafo, la chica que le hace la prensa a Nik y yo. El destino era Ilussion Studios, en Martínez, la meca de los dibujos de animación de nuestro país. Ahí por estos días, están haciendo la película de Gaturro.
La cosa empezó así. El fotógrafo, de la nada y sin previo aviso, se manda con esto:
–Yo no le doy mucha bola a las cadenas de mails, pero me llegó una que no sé, no la borré… Decía que hay taxistas que te piden que le atiendas el celular y, cuando lo agarrás, el aparato te pega una descarga eléctrica que te deja fulminado. Y ahí te afanan todo.
Bueno, a partir de ese comentario, las demás apreciaciones sobre la cuestión se dirigieron hacia la potencialidad criminal en cada una de las profesiones. Mi intervención fue simple:
–Bueno, gente, también hay fotógrafos que son ladrones… y periodistas, obvio.
En eso íbamos, cuando pasamos por detrás de la Casa Rosada. Para qué.
–Acá sí están todos los ladrones, si hasta la tienen que enrejar, qué vergüenza, por dios –se indigna el fotógrafo.
Inevitablemente, la conversación se estancó en ese tema. No escuché ni dije cosas muy diferentes a las que se pueden imaginar. Solo una. De boca del taxista:
–No puede ser que haya gente que tenga millones y otros que se mueran de hambre. Eso no lo entiendo, ni lo voy a entender nunca. Los que tienen millones tienen que darle a los que no tienen nada. No hay otra manera que las cosas mejoren si no es así.
Sí, un taxista que creen en la redistribución de la riqueza.
Hay frases que dan esperanzas.
Antes de bajar, el fotógrafo y la de prensa ya lo habían hecho, el taxista me dice:
–Vos y yo estamos del mismo lado.
Le dí la mano, lo mire a los ojos y bajé.
sábado, 30 de agosto de 2008
sábado, 16 de agosto de 2008
Buen viaje
Tengo que exorcizar un viaje. El mío de hoy a las 16.15 en avión. Hace días que tengo pesadillas. Mi avión se parte al medio, o miro por la tele como uno se estrella contra el mar, y cosas así. Por suerte, nunca me acuerdo cómo terminan. Y todo esto tiene una razón de ser. Mejor dicho, dos.
Terminé de leer Milagro en los Andes el día que saqué el pasaje. De hecho casi, casi me voy con ese libro a comprar los boletos aéreos. El autor del libro es Nando Parrado, uno de los sobrevivientes de aquel avión que se estrelló en la cordillera a mediados del ’72. Seguro que vieron Viven. Bueno, esa historia. El libro vale unas 20 líneas en donde cuenta el momento en que deciden escalar la montaña del oeste. Suponían –mal– que inmediatamente después de esa mole rocosa y nevada estaría la salvación. Cuenta Parrado que si hubieran sabido todo lo que necesitaban para escalar esa montaña y en qué condiciones estaban ellos, jamás se hubieran animado a hacer semejante travesía. Y dice, palabras más, palabras menos: “La ignorancia nos salvó”. Me gusta eso: la ignorancia también salva.
Bueno, me fui por las ramas. Retomemos. Ese día, estaba en la sede comercial de Aerolíneas en Florida y no me acuerdo qué. El empleado que tenía que darme los boletos me pidió el papel de la reserva, marcó un interno y habló con la mujer que me había atendido hacía un rato.
–¿El código de reserva? A ver… sí… Alberto, Graciela, Whisky, Tomás, Romeo…
Y yo: “Que no lo diga, que no lo diga, que no lo diga…”. Por suerte, no lo dijo. Faltaba la palabra Zulú. En vez de decir las letras, dicen nombres de personas o cosas. Así que desde este humilde espacio solicito a los responsables de tan prestigiosa aerolínea comercial que les comunique a sus empleados la prohibición de mencionar esas tres palabras. Cualquier ciudadano que esté al tanto del cine nacional sabe que Whisky Romeo Zulú es el nombre de una película que cuenta la historia del avión que se incrustó en la costanera norte en agosto del ’99. En realidad, era el nombre del avión. Así lo llamaban en la jerga de los pilotos. En una de sus alas se podía leer WRZ.
Después de decir todo esto, ¿tendré un viaje agradable?
Terminé de leer Milagro en los Andes el día que saqué el pasaje. De hecho casi, casi me voy con ese libro a comprar los boletos aéreos. El autor del libro es Nando Parrado, uno de los sobrevivientes de aquel avión que se estrelló en la cordillera a mediados del ’72. Seguro que vieron Viven. Bueno, esa historia. El libro vale unas 20 líneas en donde cuenta el momento en que deciden escalar la montaña del oeste. Suponían –mal– que inmediatamente después de esa mole rocosa y nevada estaría la salvación. Cuenta Parrado que si hubieran sabido todo lo que necesitaban para escalar esa montaña y en qué condiciones estaban ellos, jamás se hubieran animado a hacer semejante travesía. Y dice, palabras más, palabras menos: “La ignorancia nos salvó”. Me gusta eso: la ignorancia también salva.
Bueno, me fui por las ramas. Retomemos. Ese día, estaba en la sede comercial de Aerolíneas en Florida y no me acuerdo qué. El empleado que tenía que darme los boletos me pidió el papel de la reserva, marcó un interno y habló con la mujer que me había atendido hacía un rato.
–¿El código de reserva? A ver… sí… Alberto, Graciela, Whisky, Tomás, Romeo…
Y yo: “Que no lo diga, que no lo diga, que no lo diga…”. Por suerte, no lo dijo. Faltaba la palabra Zulú. En vez de decir las letras, dicen nombres de personas o cosas. Así que desde este humilde espacio solicito a los responsables de tan prestigiosa aerolínea comercial que les comunique a sus empleados la prohibición de mencionar esas tres palabras. Cualquier ciudadano que esté al tanto del cine nacional sabe que Whisky Romeo Zulú es el nombre de una película que cuenta la historia del avión que se incrustó en la costanera norte en agosto del ’99. En realidad, era el nombre del avión. Así lo llamaban en la jerga de los pilotos. En una de sus alas se podía leer WRZ.
Después de decir todo esto, ¿tendré un viaje agradable?
sábado, 9 de agosto de 2008
Eva

Hace un par de semanas entró una compañera nueva a la oficina. Diseñadora, 24 años. Tiene un tatuaje que dice “Eva” en la parte interna de su muñeca derecha.
–Bueno, ahora te tatuás “Perón”, chiquito, abajo y queda buenísimo –la chicaneó.
–No, Eva es mi mamá.
–¿En qué año nació?
–En el ’51.
–Ah, entonces, son peronistas en tu casa.
–Nooo, en casa nada que ver con la política.
–Por eso, son peronista –vuelvo a chicanear.
–No, en serio, nada que ver.
–Pero no puede ser, si nació en ese año y se llama Eva es porque alguna simpatía con el peronismo tenían tus abuelos.
–No, en serio, no. Además, mis abuelos no eran de acá.
–¿En qué año llegaron?
–’45, ’46…
–Entonces, sí, seguro que simpatizaban con el peronismo. Preguntale a tu vieja, vas a ver que sí.
Al día siguiente, me confirma mis sospechas. “Sí, dice mi mamá que sí, que le pusieron Eva por Evita”. Y, mientras me dice eso, me acerca un libro de un tal Titto sobre folletos políticos. El libro parece bueno, pero lo más interesante es la dedicatoria que le hace la madre a mi compañera. La página 3 del libro, esa que por lo general está casi en blanco, tiene un largo escrito de la madre y un folleto pegado con cinta adhesiva.
–¿Y esto? –pregunto.
–Era de mi abuelo, estaba guardado adentro de La razón de mi vida.
–Esto es una reliquia.
–¿En serio?
–Entonces tu abuelo también era peronista. Este es un folleto convocando a Ezeiza cuando Perón vuelve del exilio. Es del ’72.
–Pero no, en serio, no son peronistas.
–Está bien, como vos digas.
“Eppurse muove”, pienso y sigo con lo mío.
–Bueno, ahora te tatuás “Perón”, chiquito, abajo y queda buenísimo –la chicaneó.
–No, Eva es mi mamá.
–¿En qué año nació?
–En el ’51.
–Ah, entonces, son peronistas en tu casa.
–Nooo, en casa nada que ver con la política.
–Por eso, son peronista –vuelvo a chicanear.
–No, en serio, nada que ver.
–Pero no puede ser, si nació en ese año y se llama Eva es porque alguna simpatía con el peronismo tenían tus abuelos.
–No, en serio, no. Además, mis abuelos no eran de acá.
–¿En qué año llegaron?
–’45, ’46…
–Entonces, sí, seguro que simpatizaban con el peronismo. Preguntale a tu vieja, vas a ver que sí.
Al día siguiente, me confirma mis sospechas. “Sí, dice mi mamá que sí, que le pusieron Eva por Evita”. Y, mientras me dice eso, me acerca un libro de un tal Titto sobre folletos políticos. El libro parece bueno, pero lo más interesante es la dedicatoria que le hace la madre a mi compañera. La página 3 del libro, esa que por lo general está casi en blanco, tiene un largo escrito de la madre y un folleto pegado con cinta adhesiva.
–¿Y esto? –pregunto.
–Era de mi abuelo, estaba guardado adentro de La razón de mi vida.
–Esto es una reliquia.
–¿En serio?
–Entonces tu abuelo también era peronista. Este es un folleto convocando a Ezeiza cuando Perón vuelve del exilio. Es del ’72.
–Pero no, en serio, no son peronistas.
–Está bien, como vos digas.
“Eppurse muove”, pienso y sigo con lo mío.
viernes, 1 de agosto de 2008
La yegua y el montañista

Esto tendría que haberse posteado unos días atrás. Ahora todo parece más calmo, pero conversaciones como esta todavía se sigue escuchando.
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