lunes, 23 de junio de 2008

Soviet de palier

Camino por Triunvirato, del subte a casa, hace frío. Levanto la cabeza y miro al frente, y veo, detrás de una puerta vidriada, el palier de un edificio nuevecito abarrotado de personas. Reunión de consorcio. El máximo nivel de organización colectiva a la que puede llegar la clase media porteña. De qué estarán hablando: de echar al portero, de lo mal que limpian los negritos que le baldean los pasillos y las escaleras, en los ruidos molestos de la línea 71, de lo bien que estuvieron cuando salieron a cacelorear todos juntitos.

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Es recordada la anécdota que se vivió en la gran asamblea interbarrial que se llevaba a cabo en Parque Centenario en enero de 2002 después del estallido de diciembre. Una señora bien corregía a un joven cuadro de alguna organización que insistía con la palabra ‘compañeros’.
–No, yo no soy compañera, yo soy vecina.

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Después de los sucesos del lunes 16 me atrevo a afirmar, sin ningún tapujo ni falso impulso irracional, que siento vergüenza de haber salido el 19 de diciembre de 2001 a acompañar a todos esos caceroleros. Vergüenza propia. Me cago en los vientos de la historia que esa puta noche me arrastraron hasta la peronista plaza de mayo. Y no es que obvie los contextos diferentes, pero el sólo hecho de pensarme al lado de los mismos del lunes pasado me da esa cosita que, día a día, va encontrando la palabra justa: odio.

sábado, 21 de junio de 2008

domingo, 15 de junio de 2008

Los pobres y la clase media (2º parte)

I.
Santa Fe y Callao. Atardecer frío. Una cincuentona le tira los pelos a otra. Le arrastra con furia la cabellera roja. Varias insultan. “¡Denle la espalda!”, proponen. La colorada se aleja.
–¿Qué pasó? –pregunta el cronista, recién llegado.
–Es paraguaya. Preguntó por qué cortábamos la calle. ¿Por qué no se va a Paraguay?, le dijimos –explica una mujer, vincha celeste y blanca.
II.
–El Gobierno quiere generar caos. Es autoritario. Hacen todo para reprimir y mandar a la gente en cana –cuenta un hombre de 40 años.
–Reprimieron –dispara el cronista.
–¡Claro! A De Angeli.
–¿Hubo heridos?
–No.
–¿Los golpearon?
–No. Subieron a 19 a un camión. Ya los liberaron.
Los hijos de los campesinos no vinieron. Edad promedio: medio siglo. Dos carteles: “Basta de odio, Cristina” y “Alí KK y sus 40 ladrones”.
“Son desastrosos. Les sacan la plata a los campesinos”, explica una anciana, setenta largos, tapado de piel, varias capas de pintura.
–¿Les sacan porque son ricos? ¡Si son ricos que lo disfruten! Las retenciones son inconstitucionales, tengo hijos abogados. Fernández dijo que no iban a lastimar a nadie y Gendarmería lastimó a un montón de gente, mujeres, chicos. ¡Son todos montoneros!
–¿Recuerda una represión semejante?
–Sí, cuando se fue De la Rúa.
–En 2001 hubo decenas de muertos.
–El problema es que acá se oculta todo, hijo –explica.
–¿Salió a la calle en 2001?
–No, mi marido no me dejaba. Pero ahora soy viuda –celebra.
Su compañera interviene. “Soy jubilada, fui empleada pública. Esta mujer odia al pueblo. Lo explicó el cura en lo de Grondona. ‘El Gobierno necesita una figura maternal’, dijo. ¿Vos sos periodista?” El cronista asiente. “¡Odia a los periodistas! Lo veo por la televisión, porque ni diarios leo –confiesa–. Menem robaba pero era vivo, compraba casas. Esta habla del marido... ¡Hace quince años están separados! Y tiene un montón de amantes. ¿Por qué creés que la hija no la quiere? Mirá la chilena. Le mataron al padre y fue al velorio de un general. ¿Sabías que a las viejas les dan una subvención?
–¿A las Madres de Plaza de Mayo?
–Sí, esas que tienen los hijos en Francia. Las tienen de idiotas útiles.


Por Diego Martínez, en Página/12 de hoy.

Los pobres y la clase media

"Mi propia madre, que en su juventud era empleada en un comercio, me contaba cómo la habían llevado 'por la fuerza', una vez, a la Plaza de Mayo, y cómo por ese atropello, que debe haber sido cierto, supongo, toda su vida odió al peronismo. Pero también pude observar, como hija de mi madre, que le repelían los cabezas, los negros, los pobres cuando se organizaban. El pobre suelto, el que tocaba a su puerta para pedirle pan, era bienvenido para que ella ejerciera sus actos caritativos. El pobre junto al pobre, buscando salir de su pobreza, organizado, era para ella un exceso insoportable"
Sandra Russo en la contratapa de Página/12 de ayer.

viernes, 6 de junio de 2008

Cursilerías cetáceas




Hace unos días le hice una entrevista al tipo que más sabe de ballenas. Se llama Roger Payne y, entre otras cosas, descubrió cómo identificarlas y su canto (sí, las ballenas cantan y se pueden escuchar a 20.000 km de distancia; escuchar el sonido que emiten es increíble, aunque es cierto que uno no puede sustraerse del capítulo de Los Simuladores, pero, bue, es impresionante escucharlas).
Lo que sigue a continuación es un recuadro que, finalmente, no salió por cuestión de espacio. Es medio cursi, pero a veces está bien serlo. Qué se yo.
Cuando el cronista de esta nota –que es una ciudad cercana a la casa de las ballenas– se puso a pensar en cómo iba a hacer la nota, se le vino a la cabeza su mejor recuerdo con nuestras amigas del mar. Y escribió esto: “Era invierno y con un amigo fuimos a pescar a una playa inhóspita, El Pedregal, cerca del Golfo Nuevo. Estabamos solos, el mar, las gaviotas, los guanacos y todo el desierto patagónico detrás de nuestras espaldas. Con la mirada podía divisarse el contorno del golfo y los escalones de la meseta. No había pique. De repente, hacia nuestra izquierda, vimos que el agua se agitaba un poco. Nos quedamos perplejos y expectantes. Sabíamos que era una de ellas. Y no venía sola, un ballenato la acompañaba. Avanzaron lentos, con esa parsimonia que las hace únicas. Pasaron al frente nuestro, a no más de 5 metros. Nosotros seguíamos impávidos y callados. Solo se oían las olas rompiendo en la costa y el suave movimiento de esas grandes bestias asomándose en el agua. La naturaleza nos apabulló, éramos intrusos y, al mismo tiempo, testigos privilegiados de un espectáculo que recién hoy, escribiendo esta nota, aprendo a valorar. En ese momento me sentí extraño y bien chiquito frente a tanta inmensidad. Hace bien sentirse así, porque uno aprende que somos nosotros, los humanos, quienes deben redimirse a la naturaleza, y no al revés. Y hace bien, porque nos ubica en el lugar exactamente contrario a esa omnipotencia que nos hace creer que el mundo está a nuestra merced”.

martes, 3 de junio de 2008

Un gato del barrio


En el medio de la manzana, entre los techos y terrazas de las casas. Ahí vive este hermoso ejemplar. Al lado su tacho con el morfi. Le da de comer una señora. No sé el nombre. ¿Tendrá?

domingo, 1 de junio de 2008

Made in China (II)


Unas de las cosas que pasaron mientras este blog estuvo stand by fue la triste partida de los –mis– chinos del mercado, donde día a día pasaba para aprovisionarme de mi sustento diario. Sí, mis queridos waikikis me dejaron para siempre. Y sin despedirse. Una tarde pasé a comprar galletitas para tomar mates y me encontré con la persiana baja y ruido del otro lado, ruido de obra. Descarté las vacaciones, pero pensé que estarían haciendo alguna reforma. Pasaron las semanas y, un día, de refilón, desde la otra esquina, ví luz y salí disparado al negocio. Pero para mi sorpresa me encontré con otra familia de chinos. Qué pasó. Adónde están. ¿Serán familiares de China? Nada de eso. Habían vendido. Y se fueron, sin despedirse. En los 5 años que compartimos jamás pude saber el nombre de él. Pero sí me había encariñado con Lili, que la había visto crecer en medio de las góndolas desde el 2003. A los días, los nuevos me contaron que sus antecesores se habían separaron, que él volvió a las tierras de Mao y ellas estaban en Canadá.

La nueva familia repite la historia. Son tres: él, ella y un bebé. Pero con ellos ya hablé más en unos meses que con los waikikis en 5 años. Tanto hablé que ya sé el nombre de los tres: él, Jo; ella, Ni; y el bebé, Alberto, un pequeño que nació hace 8 meses acá, y que según su padre es “bien argentino”.