lunes, 26 de mayo de 2008

Democracia tachera


Vuelvo a casa en un taxi pagado por la empresa donde trabajo. Vamos callados, él, el chofer, y yo, el pasajero. Igual, estoy decidido a hablar, a hacerle una pregunta. Más temprano, otro taxista, más joven, me dijo que por día un tachero hace unos 250 kilómetros de recorrido. Quiero chequear el dato. Pregunto y me confirma la cifra. La verdad es que no deja de sorprenderme ese número.
–¿Hace cuánto que es taxista?
–Tengo 57 y empecé a los 18, así que hacé la cuenta.
–¿Cuántos kilómetros habrá recorrido entonces, no?
–Y, hacé la cuenta –me repite con tono socarrón.
Así vamos, anécdota va, anécdota viene, todas de él, obvio (entre ellas me cuenta que un día llevó a De la Rúa cuando era presidente: “Yo no le quise cobrar, pero el me tiró 50 pesos en el asiento de adelante”), hasta que se me ocurre preguntarle qué fue lo que más cambio en las calles de Buenos Aires desde que él empezó hasta la actualidad. Mi prejuicio me adelanta posibles respuestas. La que se lleva todos los premios es el flamante, aunque ahora relegado por la inflación, tema de la inseguridad. Pero no. El tipo me sorprende, los taxistas siempre están un paso más adelante que todos nosotros, ignotos e ignorantes pasajeros.
–Mirá, lo que pudrió todo en este país fue la democracia. De ahí para adelante todo se pudrió… Antes se respetaba al taxista, ahora no se respeta a nadie, la democracia pudrió todo, pero todo, eh, todo.

(Desde este humilde espacio quiero hacerle llegar mi agradecimiento a este trabajador de los autos de alquiler por haberme dado la estocada justa y necesaria para retomar mis escritos en este blog. Cómo podía dejar de contar esto)

viernes, 23 de mayo de 2008

2º período


Pasaron 8 meses y dos días desde la última vez que posteé algo en este blog. Escribí sobre la primavera y, como una maldición, me marchité de ganas de seguir. Y eso que sucedieron cosas para dedicarle unas líneas, pero, bueno, me quedé ahí. No pude.
Supongo que algunas situaciones recuperaré. Aunque no estoy seguro de traerlas a este blog con la misma fidelidad auditiva y visual que en aquel momento.
¿Podré tener la constancia necesaria? ¿Dejaré de preguntarme a cada rato para qué mierda escribo esto? ¿Qué sentido tiene subir 10 líneas a un blog que no lee nadie, que a nadie le interesa? ¿Podré tener tiempo para escribir? ¿Podré escribir algo que valga la pena? ¿Podré encontrarle un sentido a todo esto? ¿A quién le importa lo que a mí me parece importante? ¿A quién lo conmueve –para bien o para mal– una frase escuchada al pasar en el subte mientras hago que leo un libro? ¿Es importante esa frase? ¿Para qué sirve reescribirla acá? ¿Para qué carajo sirve?
Tantas preguntas no dan ganas ni de empezar. Pero acá me ven...

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Hay pocas que me convencen de este espacio personal propio mío exclusivo subjetivo. El nombre que le puse me gusta: fugaz mirada speed. Ojos veloces que miran para luego describir brevemente lo poco que pudieron ver. Y lo que digo para los ojos vale también para los oídos. Podría haber sido: fugaz escucha speed.

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¿Se puede contar una ciudad?