Dice el joven y exitoso empresario Gonzalo Berra (37 años) a la revista Viva:
“Nosotros somos los hijos de los ’70. Crecimos en un tiroteo con el que no teníamos nada que ver. Esa era una generación egoísta que quiso explicarle a sus padres a los gritos cómo era el mundo. Nuestra generación no tiene grandes líderes, pero tampoco grita. Ejercitamos la tolerancia y el respeto a lo distinto. Y eso lo ves en los negocios”.
Alguna vez la organización armada uruguaya Tupamaros secuestro a un empresario. Lo recluyó en una barriada pobre de Montevideo y, lejos de mantenerlo en cautiverio en un cuarto oscuro y humedo, lo hizo vivir durante un tiempo con el sueldo que, en ese entonces, ganaba un obrero.
miércoles, 31 de enero de 2007
martes, 30 de enero de 2007
Postales policíacas de una ciudad patagónica
I.
Mucho policía en la calle. Parapetados en alguna dependencia oficial, algún negocio, el banco o el casino. O caminando de acá para allá por veredas que no tienen nada para decir. La fantasía de muchos será una toma de rehenes en “La anónima”. Como pasa en Buenos Aires. Pero no, nada de eso sucede. La gorra policial bien ajustada al cráneo para evitar un inesperado ventarrón. El revólver legal encastrado en el estuche, sin demasiado motivo para salir de allí en los próximos años, salvo que el oficial decida suicidarse, matar a su esposa o que su hijo lo use para amasijar compañeritos en la escuela. Diez cuadras para allá, diez cuadras para acá. De a dos, una mujer y un varón, contándose su vida.
II.
Pertenecer a las fuerzas de seguridad no es una cuestión de vocación de servicio. Es, ni más ni menos, la posibilidad de tener trabajo, la única salida laboral, la seguridad de pertenecer a algún lugar, la obra social, los beneficios, el sueldo mensual. El prestigio es la seguridad. Jóvenes caminan por las veredas luciendo distintos uniformes en sus distintos colores. Cada color es una fuerza: policía federal y provincial, gendarmería, servicio penitenciario.
III.
Noche en la ciudad, una mujer policía camina sola por la plaza del centro. Paso aburrido, manos atrás, cabeza gacha. La sigue un perro. El azul oscuro de su uniforme se pierde entre las sombras de los árboles. El chico que me gusta me espera en aquel banco, me llama, me invita a sentarme, la plaza está vacía para nosotros dos, me toma la cara con sus dos manos, me besa, me estremezco, nos desnudamos y hacemos el amor al lado del cartel prohibido pisar el césped.
Un auto pasa, el perro ladra, la policía lo sigue con la mirada.
Mucho policía en la calle. Parapetados en alguna dependencia oficial, algún negocio, el banco o el casino. O caminando de acá para allá por veredas que no tienen nada para decir. La fantasía de muchos será una toma de rehenes en “La anónima”. Como pasa en Buenos Aires. Pero no, nada de eso sucede. La gorra policial bien ajustada al cráneo para evitar un inesperado ventarrón. El revólver legal encastrado en el estuche, sin demasiado motivo para salir de allí en los próximos años, salvo que el oficial decida suicidarse, matar a su esposa o que su hijo lo use para amasijar compañeritos en la escuela. Diez cuadras para allá, diez cuadras para acá. De a dos, una mujer y un varón, contándose su vida.
II.
Pertenecer a las fuerzas de seguridad no es una cuestión de vocación de servicio. Es, ni más ni menos, la posibilidad de tener trabajo, la única salida laboral, la seguridad de pertenecer a algún lugar, la obra social, los beneficios, el sueldo mensual. El prestigio es la seguridad. Jóvenes caminan por las veredas luciendo distintos uniformes en sus distintos colores. Cada color es una fuerza: policía federal y provincial, gendarmería, servicio penitenciario.
III.
Noche en la ciudad, una mujer policía camina sola por la plaza del centro. Paso aburrido, manos atrás, cabeza gacha. La sigue un perro. El azul oscuro de su uniforme se pierde entre las sombras de los árboles. El chico que me gusta me espera en aquel banco, me llama, me invita a sentarme, la plaza está vacía para nosotros dos, me toma la cara con sus dos manos, me besa, me estremezco, nos desnudamos y hacemos el amor al lado del cartel prohibido pisar el césped.
Un auto pasa, el perro ladra, la policía lo sigue con la mirada.
viernes, 5 de enero de 2007
Postales de una ciudad patagónica
I.
Puente nuevo inaugurado por el señor presidente de la nación. Rutas de autopista. “Parece la entrada de una ciudad del norte”, pienso. Da la sensación de ciudad bien, de progreso recién llegado. A las veras del puente: el río marrón, el desierto, la vegetación achaparrada revoleada por el viento; más allá, el viejo puente de hierro; más acá, un barrio pobre, casas sin revoques, chicos jugando en las calles de ripio, perros.
II.
Edificios nuevos, exuberantes, iluminados, oficiales. En muchas esquinas y baldíos, obras en construcción, albañiles por de más. Pregunto de dónde tantas obras. “Futuras oficinas públicas”, me dicen. “¿Todas?”. “Sí, todas”. “Muchas plata tienen, entonces”. “El petróleo”, me confirman.
III.
Al cartel del cine teatro le falta el ON, las últimas dos letras del nombre de la ciudad. Y así muchas cosas a medio a hacer. O el típico: “faltan 5 para el peso”. La ciudad no le da demasiada importancia al detalle, a la pincelada final. “Para qué, si el viento te arruina todo a los dos días que lo terminaste de hacer”, diría alguien. Y un poco de razón tiene. Los carteles están oxidados, descascarados, emblanquecidos por el imbatible polvo. Los colores parecen no lucir, parecen no tener sentido.
IV.
Muchos cybers y negocios que venden accesorios informáticos. Pero hoy el pibe que atendía uno de esos cybers no sabía grabarme una foto a un CD. Lo terminé haciendo yo.
V.
Del casino entra y sale gente todo el tiempo, a cualquier hora del día.
Puente nuevo inaugurado por el señor presidente de la nación. Rutas de autopista. “Parece la entrada de una ciudad del norte”, pienso. Da la sensación de ciudad bien, de progreso recién llegado. A las veras del puente: el río marrón, el desierto, la vegetación achaparrada revoleada por el viento; más allá, el viejo puente de hierro; más acá, un barrio pobre, casas sin revoques, chicos jugando en las calles de ripio, perros.
II.
Edificios nuevos, exuberantes, iluminados, oficiales. En muchas esquinas y baldíos, obras en construcción, albañiles por de más. Pregunto de dónde tantas obras. “Futuras oficinas públicas”, me dicen. “¿Todas?”. “Sí, todas”. “Muchas plata tienen, entonces”. “El petróleo”, me confirman.
III.
Al cartel del cine teatro le falta el ON, las últimas dos letras del nombre de la ciudad. Y así muchas cosas a medio a hacer. O el típico: “faltan 5 para el peso”. La ciudad no le da demasiada importancia al detalle, a la pincelada final. “Para qué, si el viento te arruina todo a los dos días que lo terminaste de hacer”, diría alguien. Y un poco de razón tiene. Los carteles están oxidados, descascarados, emblanquecidos por el imbatible polvo. Los colores parecen no lucir, parecen no tener sentido.
IV.
Muchos cybers y negocios que venden accesorios informáticos. Pero hoy el pibe que atendía uno de esos cybers no sabía grabarme una foto a un CD. Lo terminé haciendo yo.
V.
Del casino entra y sale gente todo el tiempo, a cualquier hora del día.
jueves, 4 de enero de 2007
Remisero
Viaje en remís, un R-18, FM folclórica 98 punto no sé cuanto, se escucha a “Los chalchaleros”. De Villa Urquiza a Retiro.
Primera escena.
El coche se detiene en un semáforo. Por la senda peatonal camina una mujer muy linda. El día está caluroso, por lo tanto, tiene la poca ropa necesaria para sentirse cómoda.
Habla el remisero:
- Mirá esta, que hembrón ¿no? Pero fíjate una cosa, mirá como está vestida ¿eh? Después se quejan... Porque esta piba está provocando o ¿no?
Segunda escena.
El tránsito está terrible. El remisero se justifica, impone el itinerario y cuenta por qué motivo haremos ese recorrido.
Habla el remisero:
- Mirá, vamos a agarrar por Libertador porque quería bajar por Corrientes pero me avisaron por la radio que hay tres pelotuditos con bombos cortando la calle a la altura del Abasto.
Tercera escena.
El coche se detiene ante un semáforo en rojo cerca de los bosques de Palermo. Por ley contravencional, trabajan allí por las noches travestis. Unos pibes de 8,9, 10 años se ponen de espalda a los autos. Todos esperan los habituales malabares pero ¡oh, sorpresa!, los niños se dan vuelta en un gesto digno de la Susana de Shok y muestran, mientras se acercan con un paso típico de modelo, dos pechos artificiales armados con las pelotitas que habitualmente usan para mostrar sus habilidades circenses. Uno de ellos, le habla a mi remisero con una voz entre aniñada y femenina: “tiene una monedita, señor”. El señor ni lo mira.
Habla el remisero:
- Viste esto ¿no? Esto pasa porque los pibes miran lo que los trabas hacen acá a la noche. Las cosas que deben ver estos pibes, ¡por Dios!. Además deben decir: “a estos chabones, por vestirse de minas, le dan un fangote de guita, entonces, nosotros hagamos lo mismo”. Pero, así empiezan. Después no los para nadie. En 5, 6, 7 años pasamos y estos pibes están vestidos de minas. Con peluca y todo. Acordate lo que te digo.
Primera escena.
El coche se detiene en un semáforo. Por la senda peatonal camina una mujer muy linda. El día está caluroso, por lo tanto, tiene la poca ropa necesaria para sentirse cómoda.
Habla el remisero:
- Mirá esta, que hembrón ¿no? Pero fíjate una cosa, mirá como está vestida ¿eh? Después se quejan... Porque esta piba está provocando o ¿no?
Segunda escena.
El tránsito está terrible. El remisero se justifica, impone el itinerario y cuenta por qué motivo haremos ese recorrido.
Habla el remisero:
- Mirá, vamos a agarrar por Libertador porque quería bajar por Corrientes pero me avisaron por la radio que hay tres pelotuditos con bombos cortando la calle a la altura del Abasto.
Tercera escena.
El coche se detiene ante un semáforo en rojo cerca de los bosques de Palermo. Por ley contravencional, trabajan allí por las noches travestis. Unos pibes de 8,9, 10 años se ponen de espalda a los autos. Todos esperan los habituales malabares pero ¡oh, sorpresa!, los niños se dan vuelta en un gesto digno de la Susana de Shok y muestran, mientras se acercan con un paso típico de modelo, dos pechos artificiales armados con las pelotitas que habitualmente usan para mostrar sus habilidades circenses. Uno de ellos, le habla a mi remisero con una voz entre aniñada y femenina: “tiene una monedita, señor”. El señor ni lo mira.
Habla el remisero:
- Viste esto ¿no? Esto pasa porque los pibes miran lo que los trabas hacen acá a la noche. Las cosas que deben ver estos pibes, ¡por Dios!. Además deben decir: “a estos chabones, por vestirse de minas, le dan un fangote de guita, entonces, nosotros hagamos lo mismo”. Pero, así empiezan. Después no los para nadie. En 5, 6, 7 años pasamos y estos pibes están vestidos de minas. Con peluca y todo. Acordate lo que te digo.
martes, 2 de enero de 2007
Dos lecturas posibles
1) Qué costaba un: “Mi amor, ¿sos vos?”
2) “¡hay que matarlos a todos!” / “En la dictadura esto no pasaba”
Ergo:
“La madrugada del 29 de diciembre de 2003, César Mario Cristobo estaba durmiendo en su casa junto a uno de sus hijos. Un ruido lo despertó sobresaltado. Salió de la cama rápidamente y vio una sombra en la puerta de la vivienda.Tomó su revólver calibre 22 y disparó. Cuando se acercó al cuerpo que había quedado tirado en el piso, descubrió que había matado a su mujer, Ana María Forzano. El hombre dijo a la Policía que la confundió con un ladrón.
(...)
Según se determinó, Ana María, al no encontrar las llaves quiso entrar a la casa por un ventiluz lateral. Pero su esposo escuchó ruidos extraños y creyó que se trataba de asaltantes: agarró un revolver calibre 22, salió de la casa y realizó un disparo a oscuras. La mujer recibió un balazo en el cuello y murió.”
Fuente: Clarín Digital del 26 de diciembre
2) “¡hay que matarlos a todos!” / “En la dictadura esto no pasaba”
Ergo:
“La madrugada del 29 de diciembre de 2003, César Mario Cristobo estaba durmiendo en su casa junto a uno de sus hijos. Un ruido lo despertó sobresaltado. Salió de la cama rápidamente y vio una sombra en la puerta de la vivienda.Tomó su revólver calibre 22 y disparó. Cuando se acercó al cuerpo que había quedado tirado en el piso, descubrió que había matado a su mujer, Ana María Forzano. El hombre dijo a la Policía que la confundió con un ladrón.
(...)
Según se determinó, Ana María, al no encontrar las llaves quiso entrar a la casa por un ventiluz lateral. Pero su esposo escuchó ruidos extraños y creyó que se trataba de asaltantes: agarró un revolver calibre 22, salió de la casa y realizó un disparo a oscuras. La mujer recibió un balazo en el cuello y murió.”
Fuente: Clarín Digital del 26 de diciembre
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